"Mi
corazón desangra como una fuente para llevar a cabo una vida sencilla y amorosa"
Estas
son palabras, escritas por una persona de 13 años, por un chico que entra en la
adolescencia con un conflicto personal marcado por años de maltrato y cuya
consecuencia, una de las muchas, es que no logra entender quién es, quién debe
ser y cómo debe comportarse. Sus deseos, sus necesidades, sus actos y sus
pensamientos no se encuentran en armonía. Su palabra hablada es un tú, su
palabra escrita es un yo y sus comportamientos no son más que un tipo de
respuesta en consonancia con sus carencias y sus quereres.
Son
también palabras escritas desde su cariño, palabras que en su momento, hace
unos 12 años me fueron entregadas siendo
yo su "guardadora legal" y que recogí como una petición, como un deseo y como un
camino sobre el que desarrollar mi intervención pedagógica. Son palabras que
leí siendo muy consciente del alto grado de dolor e ilusión que sobre ellas
depositaba.
Son
palabras escritas que no habladas, porque no es lo mismo aquello que sale de
nuestra conciencia cercana en la que solemos encontrar un reflejo de nuestro yo que aquello que nace desde la
parte más desconocida, desde esa parte de nuestro cerebro que
no logramos leer y que no nos permite que se recuerden, verbalicen ni lleguen a
comprender pensamientos, sentimientos, odios, vivencias, deseos, sensaciones y emociones.
Son palabras, posiblemente inconscientes y no por ello irreales, palabras que
ha logrado escribir y que al transcribirlas y leerlas ni siquiera ha sido capaz
de entender la grandiosidad de su significado.
"Mi
corazón desangra como una fuente para llevar a cabo una vida sencilla y amorosa"
Son
palabras consecuencia del maltrato sufrido en la infancia, consecuencia del abandono, de más de un golpe, de más de un insulto y de más de
una vejación pública. El amor se confunde con el odio y
el dolor, querer es sinónimo de sufrimiento, que te quieran es que te hagan llorar, es estar triste
y continuar sufriendo y, confiar en una persona es someterse a su posterior
abandono.
Un niño
que desde su llegada al mundo vive en la ira, el abandono, el llanto
continuado, la violencia y el azote como forma de callar-te porque siempre estás equivocado, hablas cuándo no debes, eres malo y no sabes comportarte.
Son
palabras que denotan una corta experiencia de vida cargada de crueldad y engaño
con unas consecuencias que van más allá de lo que los manuales sobre el maltrato, físico- psicológico y sexual
nos cuentan porque estos manuales nos hablan de indicativos para detectar posibles situaciones de maltrato pero no nos hablan de las consecuencias del daño. Este adolescente confunde la verdad con la mentira, la alegría con la tristeza, la
felicidad con la inseguridad, el amor con el odio, no sabe si sufrir es bueno, si amar es malo,
si se debe querer o poseer y si se deben dar las gracias o quedarse callado es la
mejor de las opciones.
Sus
deseos son sentir, sentirse bien, tener amigos, estar a la altura de aquello
que los demás esperan de él, quiere tener los problemas adecuados a su edad,
quiere sentirse integrado. En definitiva, intentar vivir en un mundo en el que
ha aprendido a vivir como si fuera otro mundo.
Se les
llama víctimas de violencia, son menores maltratados, abusados y en muchas ocasiones son las personas que más utilizan la violencia para protegerse
y sobreprotegerse de lo que han vivido. Son supervivientes de una forma de vida
cruel, son jóvenes con etiqueta y pese a todo son personas fuertes y
luchadoras, su primer enemigo son ellos mismos por lo que los adultos han
creado, permitido y les han inculcado ser. Necesitan su tiempo, su espacio y
procesos de intervención psicológica y pedagógica para alcanzarse a sí mismos y
a las imposiciones marcadas por vivir en sociedad y cuando logran superar sus popias etiquetas, se convierten en pequeños luchadores que además de no ser vistos ni valorados en sus esfuerzos conocen de muy primera mano el valor del sufrimiento y del dolor desde la
pérdida, el fracaso y la victoria-.
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