Todas las personas nos encontramos marcados por unos estereotipos sociales, estereotipos que se
transmiten y refuerzan mediante el proceso de socialización y que hacen
referencia a una serie de ideas impuestas y fuertemente asumidas sobre las
características, actitudes y aptitudes de mujeres y hombres.
Se encuentran directamente relacionados
con los roles de género que son los que nos atribuyen las diferentes funciones sociales y que marcan las diferencias de género.
Nacemos sin ellos, sin estereotipos pero casi sin
elección y desde que ponemos un pie en el mundo ya pretenden definir
nuestro comportamiento, actitudes e incluso habilidades que en muchas ocasiones acaban proyectando
nuestras decisiones futuras.
Las niñas debemos ser princesas,
nuestro mundo es de color de rosa, somos sensibles, tranquilas, serenas, responsables,
vivimos en un castillo de cristal del que ya se encargan nuestros compañeros,
los hombres de rescatarnos y cuidarnos. Somos protectoras y hacendosas y
cuidamos de nuestro hogar mejor que nadie.
Los niños por su contra debemos ser
decididos, valientes, celosos, guerreros, hábiles. Pintan nuestro mundo de azul
y a partir de esta gama de color podemos ir moviéndonos de blancos a negro
según la sociedad nos imponga y según la necesidad de afianzar nuestro rol
social. Debemos defender nuestro hogar, si nos vemos amenazados o amenazan a
uno/a de los nuestros, mucho cuidado! porque conmigo que no se meta nadie.
Y de aquí a la violencia hay
sencillamente una pequeña barrera, la delgada línea entre el "Ámame Bonito" y "Quiéreme Enfermizo" y sin quererlo así lo viven nuestros jóvenes en la calle, en
el colegio, en la familia, sus valores en ocasiones son unos y la sociedad les
instaura otros que en ocasiones son constructivos y que en otras, se convierten
en altamente destructivos.
"Yo de pequeño era un niño/a
tranquilo y en mi clase se reían de mí, me llamaban niña, yo llegaba a casa
llorando y nadie me entendía hasta que un día, al cumplir los 11 años me armé
de valor y me acuerdo como si fuera ayer, le di unas fuertes patadas a una
compañera de clase, necesitaba que vieran que las niñas no eran mis amigas y, a
partir de ahí me gané el respeto de todos los niños/as de mi clase, bueno más
bien venían a hacerme la pelota para que no les pegara. Me tenían miedo pero no
me importó, me había ganado su respeto" así me lo cuenta Ricardo, menor de
15 años que está cumpliendo una medida judicial por haber agredido a su novia y
a un compañero de clase de su novia por los celos que dicha relación le
provocaban, celos cuando los veía y celos cuando veía las fotos y comentarios
que compartían en diferentes redes sociales.
Así es cómo ha aprendido Ricardo a resolver
sus conflictos y así es como ha encontrado un espacio en el grupo de iguales.
"Yo ahora estoy muy tranquilo me
cuenta, mientras nadie me moleste. Si voy por la calle y se meten conmigo, les
meto, nadie tiene que hablar de mí y en esta vida he aprendido que las cosas se
demuestran con hechos, la palabra no tiene valor. Así es como soy y no lo voy a
cambiar".
¿Qué tenemos que hacer ahora?
Iniciar un programa de re-educación que
trabaje sus habilidades sociales, su baja tolerancia a la frustración, su baja
autoestima, su rol en el grupo y su relación con el grupo de iguales así como sus relaciones afectivas, emocionales y sexuales.
Se ha sentido acosado desde pequeño, se
ha sentido diferente, se ha sentido desprotegido, no ha sido capaz de narrar
las malas vivencias con su grupo de clase y ante la ausencia de apoyo ha
buscado entre sus recursos y encontrándose con la violencia como herramienta de
defensa, la ha utilizado, se ha sentido fuerte y a partir de aquí se ha quedado
con esta herramienta y nunca se ha preocupado de conocer una menos dañina. Se
ha convertido en la figura del acosador perdiéndose la educación y la prevención como recurso de trabajo estupendo.
¡Todos/as somos
responsables!