… La desprotección
social...
Los menores como
moneda de cambio…
Y de cómo hablar de violencia de género,
se puede estar convirtiendo en un lenguaje aprendido, con escasos
resultados si hablamos de prevención, cargada de momentos tensionales cuando
las noticias sobre nuevas agresiones mortales nos sorprenden y con los también frecuentes
compromisos políticos ante la necesidad de abordar la violencia de manera
inmediata y que nunca se consolidan ni se establecen medidas eficaces, papel
sobre papel.
Anuncios en los medios de comunicación,
en vallas publicitarias, sentencias judiciales, números de teléfono a los que
denunciar y órdenes de alejamiento cumplidas e incumplidas… donde las muertes
continúan… consecuencia de altas cotas de violencia física, psicológica,
emocional o en cualquiera de sus vertientes… padres que matan a hijo/as…
hijos/as que matan a padres… hombres que agreden a sus mujeres… mujeres que
también agreden a hombres… hombres que asesinan a sus mujeres... mujeres que
asesinan a sus hombres... menores que crecen y aprenden desde la violencia…
personas dependientes y con necesidades educativas especiales agredidas o no bien
tratadas de las que no se habla… y así desde siempre y
¿Hasta Cuándo?
¿Quizás hasta siempre?
Una de las preguntas o interrogantes que
se me plantean son:
¿Todo se debe llamar
violencia de género?
¿Todo requiere la
misma intervención?
¿Todo requiere la
misma protección?
¿Todas las actuaciones
deben ser realizadas mediante el mismo protocolo y bajo la misma vara de medir?
Violencia no es sinónimo de asesinato y
mucho menos provocado, ni asesinato es sinónimo de la existencia previa de
violencia. Son dos terminologías totalmente diferentes con contenidos diversos
e intentar englobarlas para hablar de hechos delictivos extremos pienso nos
desvía de la realidad de los hechos en la forma de visibilizarlos y
percibirlos. NO hablo de que las herramientas legales puestas a disposición de
la violencia sean excluyentes pero quizás no hemos encontrado todavía el camino
adecuado para afrontar y minimizar estas terribles situaciones.
No es una
cuestión sencilla generalizar en temas que abordan la conducta humana pero
quizás el modelo actual de sociedad, nos conduce hacia el sostenimiento de la
misma donde la persona como ser individual se encuentra sometido a una
indefensión más grande de lo meramente visible y perceptible.
Desde una perspectiva social vivimos en
una sociedad que promueve valores inclusivos pero que ha sido forjada desde
valores exclusivos, en una sociedad educada por un matriarcado y regida por
modelos patriarcales donde las etiquetas y la asignación de roles están
marcadas por actitudes y conductas donde priman los que se han venido a llamar
"micro-machismos", como, por nombrar alguno, la catalogación de
colores según sexo, las diferencias salariales, los roles en el hogar y en la
crianza de los hijos, las asignaciones sexuales, la imagen de la mujer en la
publicidad, la asignación de oficios, de valores según sexo, etc.
Nuestra sociedad no está creada desde
modelos comunitarios de atención a las personas, son modelos primordialmente
asistenciales en los que reinan actitudes como la supervivencia, la
competitividad y la individualización… conocemos nuestro entorno, formamos
parte de nuestro barrio, de nuestra villa, de nuestra ciudad pero nuestra
participación no es altamente activa ni participativa, el propio modelo
entiendo es excluyente, tendemos a huir de los problemas ajenos y cerramos las
ventanas cuando los ruidos, llantos o broncas de nuestros vecinos/as nos
asustan.
El modelo de cambio que defiendo parte de
la implementación de modelos educativos comunitarios y recursos sociales
basados en la colaboración, la cooperación, la tolerancia, la empatía, el
respeto, la solidaridad y sobre todo la igualdad.
Y en este modelo, una gran parte de la
responsabilidad de cambio, además del estamento político debe partir de los
profesionales, de la educación, de la sanidad, de los servicios sociales, de la
justicia.
¿Dónde nos encontramos
estos profesionales?
¿Qué lectura somos
capaces de realizar ante el dolor ajeno?
¿Qué medidas
preventivas adoptamos?
¿Qué protocolo de
actuación seguimos?
Soy fiel defensora de utilizar, ante
cualquier situación de violencia, la DENUNCIA como primera herramienta legal
pero y ¿el después?..
¿Quién protege a las
víctimas?
¿Quién atiende sus
necesidades atendiendo a su circunstancia, edad, recursos y necesidades?
He acompañado a madres y padres a
denunciar a sus hijos por violencia en el ámbito familiar, he acompañado a
mujeres a denunciar por ser víctimas de agresiones sexuales, a hombres por
indefensión ante situaciones de divorcio o separación, he acompañado a menores
agresores y agredidos por sus padres, he atendido y atiendo a personas
que sufren acoso escolar, que son víctimas de violencia psicológica y personas
agresoras con las que desarrollo programas de eliminación de la violencia así
como también he tenido la posibilidad de implantar programas de mejora de la
convivencia en espacios educativos. He tenido muchas órdenes de alejamiento en
mis manos, he tenido que llamar a la policía y volver a denunciar por
reiterados incumplimientos de las órdenes de alejamiento, he vivido el pánico a
salir a la calle por miedo al que pasará e incluso por el miedo a enfrentarse a
espacios abiertos, a ser perseguidos o acosados.
Mi experiencia me cuenta, que las medidas
legales apoyan pero el día a día con sus miedos, incertidumbres, decisiones y
el daño ya realizado ¿Quién lo observa? ¿Quién ayuda a repararlo? ¿Quién lo
protege?
Hay que dotar de mayor número de recursos
y establecer protocolos de actuación coordinados y eficaces pero mis preguntas
también se dirigen a los recursos sociales existentes y a la línea de
intervención establecida
¿Estamos en el buen
camino?
¿Estamos orientando
bien la forma de tratar e intervenir sobre la violencia?
Y una pregunta que me hago y no por ser
la última es la menos importante?
¿El tratamiento informativo que se realiza
ante las situaciones de violencia se encuentra en la línea adecuada, transmitiendo
la información adecuada?
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